Con el níveo impudor de la inocencia
Inconsciente de todos tus encantos,
Viniste a mi, sin velos y sin mantos
Como una diosa en su magnificencia,
Nada manchaba tu limpia conciencia
Serena y firme, como los acantos
De un capitel corintio, entre los cantos
De vírgenes en plena adolescencia.
Al verte crepitaron mis latidos
Como una hoguera de ascuas inflamadas;
Mas tu candor gentil y tu ternura
Redujeron el ansia en mis sentidos,
Y cambiaron mis lúbricas miradas
En adorar la paz de tu figura.
(C) Fernando Álvarez Balbuena